jueves, 27 de febrero de 2014

La despedida (y las historias) (3 de 3, fin).

12 de febrero de 2014.

***lunes 10***

El lunes temprano pregunto por J.P.C., el niño guatemalteco. Ya no estaba. Wilmer me comenta que de madrugada un tren salió a las tres y muchos migrantes aprovecharon para continuar su camino. El guatemalteco se despidió del albergue sin decir adiós, y me alegro, porque ahora le recuerdo sonriendo con su pelo recién cortado riendo junto a los demás.

Wilmer también se marcha. Nos despedimos aunque le hago prometer que me irá relatando por donde va en su viaje.

En un nuevo tren, aparecieron tres viejos conocidos. Tres de los cuatro evangelistas salvadoreños entraron de nuevo en el albergue. Me relataron como los tiraron del tren en Veracruz. Les robaron. Y como el tío de Juan Carlos consiguió seguir hacia adelante porque cogió otro vagón. Llegaron con lo puesto pero con la mismas ganas de continuar su viaje hacia EEUU. -¿Y ahora qué? ¿De vuelta a El Salvador?- les pregunté al verlos. Pero se niegan volver donde no había futuro para ellos. Juan Carlos me pidió que le ayudara a entrar en su Facebook y escribir un mensaje. Siempre entraba con su sobrina, quien le apuntó las claves en un papelito de papel que lleva guardado bastante bien. Aunque hubiese tenido valor los ladrones no hubiesen dado con él. En su muro escribimos un saludo para todos sus amigos, indicamos donde se encuentra y que está bien. –Nos os preocupéis por mí, estoy bien, estamos en el camino-.
 
 

***martes 11***

El albergue parece la verbena de un pueblo pacense. Paseando no podemos evitar echar unas risas. De entre toda la ropa que llevaba (28 kg, más de la mitad sin estrenar) –gracias de nuevo a Cristina y a mi familia, y también a Juanjo, Fátima y Emilio-) he podido repartir mínimo unas 20 camisetas (donadas por mis dos hermanos) de cross, carreras populares, competiciones deportivas… de pueblos extremeños, también varias de Extremadura y de la Asociación de Futbol Sala de Zafra,… Salíamos a pasear y encontrábamos migrantes con camisetas de Fuente del Maestre, Zafra, Extremadura, Mérida, Solana de los Barros, Don Benito, Llerena,…

La historia del chancho vuelve a salir una y otra vez. A veces pienso que sucedió y otras que no. ¡Qué importa si ellos se divierten y yo también! Mientras tanto, el número de subsaharianos fallecidos en el incidente de Ceuta se incrementa. Nadie resulta culpable, y tampoco se escucha que un mísero perdón por las autoridades españolas.

 


En el tren viajaban todo tipo de personas. Durante mi estancia no recibimos a ningún migrante con un problema de salud grave derivado de su viaje en el tren. El trayecto de Arriaga, en el estado de Chiapas, a Ixtepec se hace en dos horas en coche, y en el tren se tarda entre 12 y 14 horas. Cuando viajaban de noche traían algún rasguño de las ramas de los árboles que no veían, aunque los primeros avisaban. Si viajaban de día llegaban quemados por el sol.

Uno de estos días llegó un salvadoreño que le faltaba un brazo (tenía una pequeña prótesis con un gancho) y con una pierna ortopédica. Viajaba para buscar trabajo. Nos comentó que, a pesar de todo, siempre le ayudaban a bajar y a subir al tren. Alguien comentó que se podría dedicar a pedir limosna debido su estado de salud, pero él pensaba diferente. Viajaba con lo puesto. En el hueco de la prótesis guardaba meticulosamente en bolsitas de plásticos los teléfonos apuntados de familiares y amigos, y su identificación.

Un migrante me habla de su historia. Yo ya sabía el final pero no el principio. Aunque en las historias tristes es mejor no dar nombres, en esta resultaría más difícil porque nuestro protagonista tiene dos. Me explico. No recuerdo de qué país es, pero sí sé que tiene 18 años y que lleva tiempo en el albergue. Todos los conocen; además, siempre se presta en colaborar con los voluntarios, y estos confían bastante en él para hacer cualquier gestión. Es muy responsable. Pronto escucho su nombre y poco después le pongo cara. Pero un día, Nando me cuenta que ese no es su nombre real. Cuando la madre le llama por teléfono si pregunta por él por su verdadero nombre. ¿Por qué se lo cambió? Supongo que no sería porque no le gustaba, porque ambos son anglicismos, es decir, podía pensarse que monta tanto que tanto monta.

Por fin tengo ocasión de hablar con él. Y me cuenta como quiere escribir su historia. Espera que en unos seis meses obtenga la nacionalidad mexicana, para después irse al norte de México donde se encuentra el hermano del padre y poder estudiar. Sueña con estudiar y con labrarse un futuro basado en sus estudios. Un sueño humilde si lo miramos desde nuestro punto de vista, pero quizá un sueño ambicioso si supiéramos su punto de partida. Disimuladamente le saco el tema de porqué quiere que le llamen con otro nombre. –Cuando obtenga la nacionalidad mexicana me cambiaré el nombre de forma oficial- manifiesta. Y entre dientes confiesa que su verdadero nombre le recuerda a una persona, a la cual no quiere recordar. Luego, se abre un poco más, y revela que es a su padre. Habla con la mirada apuntado para el suelo.

Entonces entiendo que su pasado no debió ser fácil, y no voy a ser yo quien le haga hablar de él. Más aun cuando el futuro que le espera va a ser brillante. Lo intuyo, apostaría por ello. Desisto saber de su historia pasada, por tanto, continúo sin saber el principio, porque en verdad lo que realmente importa es el final de la historia que está empezando a escribir ahora.

Esta es mi última noche en el albergue. Y no sé por qué pero nos quedamos más tarde. En las paredes de la oficina hay un par de mapas de México donde se indicaban las rutas del tren, y también los albergues de migrantes. Un grupo de centroamericanos se agolpa en torno a uno de los mapas. Conversan con parsimonia, preguntándose unos a otros, aunque a veces no hay respuestas. En este viaje siempre hay preguntas pero las respuestas son escasas, difusas. Señalan con el dedo el mapa, y lo deslizan sobre él como si imitaran el viaje del tren sobre las vías.

Me acerco a ellos, y les pregunto sobre que hablan. Quizá les pueda ayudar. Entre todos tratan de averiguar cuáles son las rutas más seguras. Tratan de saber que historias de las que se cuentan son verdad, o si son solo leyendas. Poco les pueda ayudar, ellos saben más del camino que yo. Pero sobre todo me sorprende con qué tranquilidad asumen que el viaje conlleva riesgos. Y por riesgos no hablo de que te roben, porque además cuando poco tienes no mucho te puedan quitar. Hablo de RIESGOS con mayúscula. Pero ahí están, conversando con parsimonia y a veces sonriendo, aunque sus ojos estén cansados y se muestren temerosos.

 


*** miércoles 12***

 
Y llega el día de mi despedida. Por la mañana temprano acudo al albergue, y por sorpresa nos enteramos que el tren está a una hora de Ixtepec. El destino me proporciona un último vistazo a los ojos de la bestia. Me voy a ir y como suponía el primer día no me he acostumbrado a ver los migrantes descender del tren. También es la despedida de Kristina, voluntaria alemana.

 

Una última historia llega a mis oídos. Pero esta historia no me toca a mí contarla, se la cuentan a Nando para que la escriba. Otra historia de nombres. Habla de un joven que lleva tiempo en el albergue y aunque no diré su nombre tampoco se llama así. Llegó con un nombre falso huyendo de una infancia dura y peligrosa, y después de varias semanas quiere contar su historia porque más temprano que tarde abandonará el albergue. Y si puede sin decir Adiós. Son muchos días compartiendo el tiempo con quienes ahora son sus amigos. De por sí su vida ya ha sido dura y no quiere otro día más de lágrimas y lamentos. Se irá sin decir nada, dejando amigos e historias. Esta despedida me gusta. Y llegará a EEUU esperando que el amor que tuvo que aparcar en su país de origen vuelva a resurgir. Espera que ella olvide el silencio que él dejó y para ello lleva una historia cargada de sentimientos.

La tarde está tranquila y aprovechamos para echarnos fotos con los migrantes, y recordar en mi caso, mi breve estancia. De la iguana nadie se acuerda, y aún siguen relatando las historias del chancho. Ramón me regala una pulsera. Se la pedí blanca y azul con los colores de la bandera de Honduras, pero los trapos disponibles no dan para esos colores. Los migrantes con precisión deshilan trapos sin aparente uso y de ahí sacan el material para sus pulseras. Al final me entrega una pulsera verde y roja que bien podía representar mi paso por el albergue.

Unos días atrás me dijo que le gustaba mucho una camiseta blanca y verde que me vio. Le comento que se la daré a mis compañeros extremeños para que se la den otro día, una vez la lleven a la lavandería. Aún hay ropa por repartir. Ya ves, le gusta la camiseta porque aparece un atleta con los brazos alzados cruzando la meta. Una camiseta del Cross Popular de Fuente del Maestre del 2009. En verdad, es bonita y solo se ha usado una vez, el día que me la vio puesta. Metí tantas camisetas nuevas en la maleta que no cupieron mucha mía, y tuve que hacer el apaño. Pienso en la sencillez de las cosas en el albergue. Una camiseta que llevaba cuatro años y medio guardada en casa y que parecía destinada a perderse, y mira por donde aquí despierta ilusión. Le digo a Nando que me debe una foto de Ramón con la camiseta…

 


A Kris se le nota que la despedida está siendo dura. Han sido varios meses con los chavalos. Los migrantes la despiden con tremendo afecto. ¡Hay porqué será! (como se leería en el karaoke de la plaza Garibaldi). Y empieza a lagrimear. -No llores, que en las despedidas tampoco se llora-. Le recuerdo que será el último recuerdo que se lleven de ella. Pero compresiblemente no atiende a mis palabras. Y llora aun tratando de evitarlo. -Sonríe y vayámonos como si fuéramos a volver mañana-. Porque mañana no se olvidarán los recuerdos y tendremos a todos presentes. Voluntarios y migrantes, y al Padre y a Beto. Porque en las despedidas no se dice adiós, y menos hasta siempre. En las despedidas acaso se pronuncia un hasta pronto, porque la intención debe ser de volvernos a encontrar en este mundo que para nosotros no tiene fronteras.

Hasta pronto, hermanos en el camino.
 

Pd.- En Ixtepec las fronteras son difusas. El mediterráneo abarca desde Argentina hasta Estambul (¡el karaoke de plaza Garibaldi es muy bueno!).

Epílogo. De regreso  a casa sigo recibiendo mensajes por Facebook de Wilmer Rivera. Estando en Oaxaca recibo un mensaje donde me dice que se encuentra en Veracruz, en Tierra Blanca. Y la semana siguiente escribe que está en Torreón, en el estado de Coahuila. Le respondo que poco a poco va cumpliendo su sueño. El día 23 me comenta que está en Piedras Negras, ciudad fronteriza con EEUU. -Deseo amigo, que tu próximo mensaje sea desde EEUU-. Y el día 25 me responde: -Si mañana me voy para el otro lado-. Seguramente ya se encuentre en EEUU, pero la continuación de su viaje ya no saldrá en esta historia.

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