12 de febrero de 2014.
***lunes 10***
El lunes temprano pregunto por J.P.C., el niño
guatemalteco. Ya no estaba. Wilmer me comenta que de madrugada un tren salió a
las tres y muchos migrantes aprovecharon para continuar su camino. El
guatemalteco se despidió del albergue sin decir adiós, y me alegro, porque
ahora le recuerdo sonriendo con su pelo recién cortado riendo junto a los demás.
Wilmer también se marcha. Nos despedimos aunque le
hago prometer que me irá relatando por donde va en su viaje.
En un nuevo tren, aparecieron tres viejos conocidos.
Tres de los cuatro evangelistas salvadoreños entraron de nuevo en el albergue.
Me relataron como los tiraron del tren en Veracruz. Les robaron. Y como el tío
de Juan Carlos consiguió seguir hacia adelante porque cogió otro vagón.
Llegaron con lo puesto pero con la mismas ganas de continuar su viaje hacia EEUU.
-¿Y ahora qué? ¿De vuelta a El Salvador?- les pregunté al verlos. Pero se niegan
volver donde no había futuro para ellos. Juan Carlos me pidió que le ayudara a
entrar en su Facebook y escribir un mensaje. Siempre entraba con su sobrina,
quien le apuntó las claves en un papelito de papel que lleva guardado bastante
bien. Aunque hubiese tenido valor los ladrones no hubiesen dado con él. En su
muro escribimos un saludo para todos sus amigos, indicamos donde se encuentra y
que está bien. –Nos os preocupéis por mí, estoy bien, estamos en el camino-.
***martes 11***
El albergue parece la verbena de un pueblo pacense. Paseando
no podemos evitar echar unas risas. De entre toda la ropa que llevaba (28 kg,
más de la mitad sin estrenar) –gracias de nuevo a Cristina y a mi familia, y también
a Juanjo, Fátima y Emilio-) he podido repartir mínimo unas 20 camisetas (donadas
por mis dos hermanos) de cross, carreras populares, competiciones deportivas…
de pueblos extremeños, también varias de Extremadura y de la Asociación de
Futbol Sala de Zafra,… Salíamos a pasear y encontrábamos migrantes con
camisetas de Fuente del Maestre, Zafra, Extremadura, Mérida, Solana de los
Barros, Don Benito, Llerena,…
La historia del chancho
vuelve a salir una y otra vez. A veces pienso que sucedió y otras que no. ¡Qué
importa si ellos se divierten y yo también! Mientras tanto, el número de
subsaharianos fallecidos en el incidente de Ceuta se incrementa. Nadie resulta
culpable, y tampoco se escucha que un mísero perdón por las autoridades
españolas.
En el tren viajaban todo tipo de personas. Durante mi
estancia no recibimos a ningún migrante con un problema de salud grave derivado
de su viaje en el tren. El trayecto de Arriaga, en el estado de Chiapas, a
Ixtepec se hace en dos horas en coche, y en el tren se tarda entre 12 y 14
horas. Cuando viajaban de noche traían algún rasguño de las ramas de los
árboles que no veían, aunque los primeros avisaban. Si viajaban de día llegaban
quemados por el sol.
Uno de estos días llegó un salvadoreño que le faltaba
un brazo (tenía una pequeña prótesis con un gancho) y con una pierna ortopédica.
Viajaba para buscar trabajo. Nos comentó que, a pesar de todo, siempre le
ayudaban a bajar y a subir al tren. Alguien comentó que se podría dedicar a
pedir limosna debido su estado de salud, pero él pensaba diferente. Viajaba con
lo puesto. En el hueco de la prótesis guardaba meticulosamente en bolsitas de
plásticos los teléfonos apuntados de familiares y amigos, y su identificación.
Un migrante me habla de su historia. Yo ya sabía el
final pero no el principio. Aunque en las historias tristes es mejor no dar
nombres, en esta resultaría más difícil porque nuestro protagonista tiene dos.
Me explico. No recuerdo de qué país es, pero sí sé que tiene 18 años y que
lleva tiempo en el albergue. Todos los conocen; además, siempre se presta en
colaborar con los voluntarios, y estos confían bastante en él para hacer
cualquier gestión. Es muy responsable. Pronto escucho su nombre y poco después
le pongo cara. Pero un día, Nando me cuenta que ese no es su nombre real. Cuando
la madre le llama por teléfono si pregunta por él por su verdadero nombre. ¿Por
qué se lo cambió? Supongo que no sería porque no le gustaba, porque ambos son anglicismos, es decir, podía pensarse
que monta tanto que tanto monta.
Por fin tengo ocasión de hablar con él. Y me cuenta
como quiere escribir su historia. Espera que en unos seis meses obtenga la
nacionalidad mexicana, para después irse al norte de México donde se encuentra
el hermano del padre y poder estudiar. Sueña con estudiar y con labrarse un futuro
basado en sus estudios. Un sueño humilde si lo miramos desde nuestro punto de
vista, pero quizá un sueño ambicioso si supiéramos su punto de partida. Disimuladamente
le saco el tema de porqué quiere que le llamen con otro nombre. –Cuando obtenga
la nacionalidad mexicana me cambiaré el nombre de forma oficial- manifiesta. Y entre
dientes confiesa que su verdadero nombre le recuerda a una persona, a la cual no
quiere recordar. Luego, se abre un poco más, y revela que es a su padre. Habla
con la mirada apuntado para el suelo.
Entonces entiendo que su pasado no debió ser fácil, y
no voy a ser yo quien le haga hablar de él. Más aun cuando el futuro que le
espera va a ser brillante. Lo intuyo, apostaría por ello. Desisto saber de su
historia pasada, por tanto, continúo sin saber el principio, porque en verdad
lo que realmente importa es el final de la historia que está empezando a
escribir ahora.
Esta es mi última noche en el albergue. Y no sé por
qué pero nos quedamos más tarde. En las paredes de la oficina hay un par de
mapas de México donde se indicaban las rutas del tren, y también los albergues
de migrantes. Un grupo de centroamericanos se agolpa en torno a uno de los
mapas. Conversan con parsimonia, preguntándose unos a otros, aunque a veces no
hay respuestas. En este viaje siempre hay preguntas pero las respuestas son escasas,
difusas. Señalan con el dedo el mapa, y lo deslizan sobre él como si imitaran
el viaje del tren sobre las vías.
Me acerco a ellos, y les pregunto sobre que hablan.
Quizá les pueda ayudar. Entre todos tratan de averiguar cuáles son las rutas
más seguras. Tratan de saber que historias de las que se cuentan son verdad, o si
son solo leyendas. Poco les pueda ayudar, ellos saben más del camino que yo.
Pero sobre todo me sorprende con qué tranquilidad asumen que el viaje conlleva
riesgos. Y por riesgos no hablo de que te roben, porque además cuando poco
tienes no mucho te puedan quitar. Hablo de RIESGOS con mayúscula. Pero ahí están,
conversando con parsimonia y a veces sonriendo, aunque sus ojos estén cansados
y se muestren temerosos.
*** miércoles 12***
Y llega el día de mi despedida. Por la mañana
temprano acudo al albergue, y por sorpresa nos enteramos que el tren está a una
hora de Ixtepec. El destino me proporciona un último vistazo a los ojos de la bestia. Me voy a ir y como suponía el
primer día no me he acostumbrado a ver los migrantes descender del tren.
También es la despedida de Kristina, voluntaria alemana.
Una última historia llega a mis oídos. Pero esta
historia no me toca a mí contarla, se la cuentan a Nando para que la escriba. Otra
historia de nombres. Habla de un joven que lleva tiempo en el albergue y aunque
no diré su nombre tampoco se llama así. Llegó con un nombre falso huyendo de
una infancia dura y peligrosa, y después de varias semanas quiere contar su
historia porque más temprano que tarde abandonará el albergue. Y si puede sin
decir Adiós. Son muchos días
compartiendo el tiempo con quienes ahora son sus amigos. De por sí su vida ya
ha sido dura y no quiere otro día más de lágrimas y lamentos. Se irá sin decir
nada, dejando amigos e historias. Esta despedida me gusta. Y llegará a EEUU
esperando que el amor que tuvo que aparcar en su país de origen vuelva a
resurgir. Espera que ella olvide el silencio que él dejó y para ello lleva una
historia cargada de sentimientos.
La tarde está tranquila y aprovechamos para echarnos
fotos con los migrantes, y recordar en mi caso, mi breve estancia. De la iguana
nadie se acuerda, y aún siguen relatando las historias del chancho. Ramón me regala una pulsera. Se la pedí blanca y azul con
los colores de la bandera de Honduras, pero los trapos disponibles no dan para
esos colores. Los migrantes con precisión deshilan trapos sin aparente uso y de
ahí sacan el material para sus pulseras. Al final me entrega una pulsera verde
y roja que bien podía representar mi paso por el albergue.
Unos días atrás me dijo que le gustaba mucho una
camiseta blanca y verde que me vio. Le comento que se la daré a mis compañeros
extremeños para que se la den otro día, una vez la lleven a la lavandería. Aún
hay ropa por repartir. Ya ves, le gusta la camiseta porque aparece un atleta
con los brazos alzados cruzando la meta. Una camiseta del Cross Popular de Fuente del Maestre del 2009. En verdad, es bonita
y solo se ha usado una vez, el día que me la vio puesta. Metí tantas camisetas
nuevas en la maleta que no cupieron mucha mía, y tuve que hacer el apaño.
Pienso en la sencillez de las cosas en el albergue. Una camiseta que llevaba
cuatro años y medio guardada en casa y que parecía destinada a perderse, y mira
por donde aquí despierta ilusión. Le digo a Nando que me debe una foto de Ramón
con la camiseta…
A Kris se le nota que la despedida está siendo dura.
Han sido varios meses con los chavalos.
Los migrantes la despiden con tremendo afecto. ¡Hay porqué será! (como se
leería en el karaoke de la plaza Garibaldi). Y empieza a lagrimear. -No
llores, que en las despedidas tampoco se llora-. Le recuerdo que será el último
recuerdo que se lleven de ella. Pero compresiblemente no atiende a mis
palabras. Y llora aun tratando de evitarlo. -Sonríe y vayámonos como si
fuéramos a volver mañana-. Porque mañana no se olvidarán los recuerdos y
tendremos a todos presentes. Voluntarios y migrantes, y al Padre y a Beto.
Porque en las despedidas no se dice adiós, y menos hasta siempre. En las
despedidas acaso se pronuncia un hasta pronto, porque la intención debe ser de
volvernos a encontrar en este mundo que para nosotros no tiene fronteras.
Hasta pronto, hermanos en el camino.
Pd.- En Ixtepec las fronteras son difusas. El
mediterráneo abarca desde Argentina hasta Estambul (¡el karaoke de plaza Garibaldi es muy bueno!).
Epílogo. De
regreso a casa sigo recibiendo mensajes
por Facebook de Wilmer Rivera. Estando en Oaxaca recibo un mensaje donde me
dice que se encuentra en Veracruz, en Tierra Blanca. Y la semana siguiente escribe
que está en Torreón, en el estado de Coahuila. Le respondo que poco a poco va cumpliendo
su sueño. El día 23 me comenta que está en Piedras Negras, ciudad fronteriza
con EEUU. -Deseo amigo, que tu próximo mensaje sea desde EEUU-. Y el día 25 me
responde: -Si mañana me voy para el otro lado-. Seguramente ya se encuentre en
EEUU, pero la continuación de su viaje ya no saldrá en esta historia.